El sábado amaneció alegre como todos los sábados. Solo el hecho de no tener que ir a trabajar ya le da al día un tonillo que para sí quisieran los lunes con esas ojeras tan marcadas... Este sábado teníamos comida familiar. Mi prima Ana nos invitaba a un almuerzo (cocido y pringá) en Valdivia, donde hemos pasado muchos días de la ya lejana infancia. Valdivia está en Montellano, a unos 60 km de Sevilla; como quien dice, ahí al lado, y de hecho paso por allí siempre que voy a Ronda, así que la carretera me es archiconocida. Sin embargo, siempre quedan cosas por ver, y esta vez, aprovechando que habíamos salido con tiempo, decidí hacer turismo y visitar el Castillo de las Aguzaderas, castillo que siempre dejamos un poco de lado, quizás por tenerlo tan visto desde la carretera, a apenas un par de cientos de metros, y porque es un castillo colocado en una vaguada en lugar de estar colocado en alto como la mayoría de los castillos, y eso le hace parecer menos importante. Está situado a unos 3 km de El Coronil, y sus referencias cartográficas, por si alguien quiere ir guiado por el GPS, son 37º 3' 7" N y 5º 37' 36" O.
Total, que nos plantamos en la puerta principal del castillo, aparcamos la moto y nos fuimos a visitarlo. No solo no hay que pagar entrada, sino que no hay nadie que cuide de que no se hagan barrabasadas allí, lo que por un lado resulta agradable, pero por otro lado no deja de ser un poco imprudente teniendo en cuenta como se las gastan los malos.
El Castillo de las Aguzaderas está en plena banda morisca (la frontera con el Reino de Granada) y su nombre se debe a que, según la tradición, en sus piedras se afilaban los colmillos los jabalíes de los bosques aledaños. Cualquiera que pase hoy por allí verá que los bosques se han quedado reducidos a diez matojos, un par de eucaliptos y las opuntia subulata que crecen junto a la puerta de entrada. La finalidad de este castillo era proteger una fuente que hay a su lado, encerrada en un recinto adosado, y que es el manantial mas importante de toda esta zona.
El castillo, como puede verse en el plano, es de planta rectangular, con torres en las esquinas y dos torres semicirculares en medio de las murallas. La torre del homenaje es muy amplia y cuenta con dos grandes habitaciones, y algunos de sus muros tienen mas de tres metros de espesor. A prueba de flechas, si señor. Para subir a las murallas existe una escalera bien empinada que, siguiendo la moda de aquellas épocas, no llevaba pasamanos ni elementos de seguridad.
Luchando con el vértigo conseguí subir a las almenas, pero no fui capaz de subir a la torre semicircular. Me pudo el miedo a que se me doblasen las piernas. Debería tratarme esto; no es normal que un rondeño tenga vértigo... De todas formas, solo desde las almenas ya daba un poquito de impresión, tanto mirar para abajo como hacia el frente, hacia la torre del homenaje...
Desde abajo me sentía mas seguro, y podía fotografiarlo todo sin ese miedo absurdo del vértigo, porque es realmente absurdo, ya que si cogiera una Cota 348, por ejemplo, sería casi capaz de subirme a la almena montado en ella, y si no de subir, que la escalera creo que es demasiado para mí, sí de pasearme por todo lo alto de la muralla sin sentir nada de vértigo, pero ¡ay amigo! andando es otra cosa...
Las escaleras para subir a la torre del homenaje se las traían. La conclusión que saqué de ellas es que los moros tenían unas piernas tremendamente fuertes, ya que aún hoy, dos días después, sigo teniendo agujetas en los cuadriceps, y por más que lo intento no consigo recordar haber hecho nada más que pidiese la colaboración de esos músculos.
El techo de las dos habitaciones de la torre grande es abovedado, y pequeñas ventanas se abren en los muros; ya se sabe, para poder pegar flechazos y que no te los den a ti..
Una vez en todo lo alto se pueden ver las otras torres, el patio del castillo, una torre pequeñita redonda, que no sé qué utilidad tenía, lo mismo era para guardar los cascos y las lanzas, y entre las almenas se pueden ver las torres circundantes (Torre de Lopera, Torre del Águila...)
En realidad pienso que he mejorado algo del vértigo, pues en este castillo, al menos he sido capaz de subir hasta todo lo alto, porque recuerdo que en el Castillo de Loarre me quedé en la puerta y dije que no, y era que no. Vamos, que no subí. Bueno, eso de que he mejorado es relativo... teníais que haberme visto bajando las escaleras de espaldas y agarrado a la barandilla... aunque en las fotos se ven bien por el flash, aquello estaba oscurísimo, y había que ir tanteando los escalones con la puntera de la bota para asegurar el paso ¡maldito vértigo!
Abandonamos el Castillo de las Aguzaderas y nos fuimos hasta Valdivia (cinco minutos más de carretera) y mira por donde, no llegamos los últimos, a pesar de que nos habíamos entretenido más de la cuenta haciendo turismo.
En Valdivia, reunión familiar: mi madre, mi tía Pilar, mis hermanos Joaquín (y su esposa, María Dolores) Ana Mary y Silvia (faltaba Javier, que le pasa lo mismo que al prove Migué, que hace mucho tiempo que no sale), mi prima Ana y su marido, Juan. Un estupendo cocido, miles de recuerdos saliendo de cada rincón de Valdivia, charlas, alguna que otra foto... un día muy agradable.
Quiero poner aquí, especialmente, una foto, hecha cincuenta años después en el mismo sitio y con los mismos protagonistas: mi prima Ana y yo. Entre los dos, en el suelo, la foto antigua. La pongo grande, que se vea bien. Medio siglo entre una y otra fotos.
El domingo tocaba trabajar algo en la moto, así que me levanté temprano con la esperanza de que no hiciese viento, porque quería aparejar al menos el depósito de la BMW para evitar que se empiece a oxidar. En Sevilla, nada de viento, pero llegando a Ronda parecía que se habían reunido todos los vientos del mundo para comer: lo mismo soplaba norte que daba la vuelta y soplaba sur, y no faltaban ni el levante ni el poniente, y encima con intensidad bastante como para desistir de cualquier intento de acercarse siquiera a la pistola.
De todas formas aproveché para seguir lijando el colín, acabar de lijar la tapa izquierda de la batería y arreglar una rotura del carenado con fibra de vidrio.
También lavé la Sprint, que se quedaba, y le hice unas cuantas fotos a la Honda con su nuevo aspecto, ya que el otro día no pude hacérselas al no haberme llevado la cámara.
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