Portugal es un país que siempre me ha gustado. Sobre todo me gustan el Algarve y el Alenteio, por su proximidad de caracteres con los andaluces y los extremeños, y de más arriba me encantan Lisboa, Guarda y Castelo Branco. Al igual que me ocurre con España me quedan muchísimas zonas por conocer y poco tiempo para verlo todo. En fin... como diría alguien...
El pasado día 21 de julio nos pasamos al país vecino. La pobre BMW no conocía el Cabo de San Vicente, y parece que en una de estas noches que han estado las dos juntas en el garaje había estado de cháchara con la Sprint, que sí que estuvo el pasado año, y se le había antojado llegarse al punto mas occidental del continente, a ver si era verdad eso de que es allí donde el viento da la vuelta y sopla desde todas partes.
Indudablemente, viajar con la BMW es mucho más placentero que con la Triumph, sobre todo si se trata de pasar varios días por ahí. La capacidad de las maletas es mucho mayor en la BMW, que además, tiene capacidad de almacenamiento extra en el transportín trasero, y para completar, tiene un antirrobo para los cascos, de forma que se puede parar uno en cualquier sitio a tomar un refresco o a comer sin que haya que ir excesivamente cargado; solo hay que llevarse la bolsa de depósito, por si los chorizos. En verano, ademas, viajar con la Sprint tiene el inconveniente del calor que desprende, tanto hacia las piernas y muslos del conductor como hacia las posaderas del pasajero, que lleva el silenciador a cuatro dedos mal contados por debajo del asiento. En cambio, en la BMW, poniéndole la minifalda, se mitiga totalmente el calor procedente de los cilindros. Un inconveniente de la BMW es que para gente de mi talla el aire acelerado de la parte superior del carenado incide a medio casco, y eso produce ruido, que a la larga facilita el cansancio, pero es una cosa que se arregla fácilmente con unos tapones de gomaespuma para los oídos. Si ademas, como es mi caso, se llevan habitualmente en moto, mejor que mejor.
Antes de salir habíamos reservado un apartamento en Lagos, ciudad que no conocía por muy poco, porque habíamos estado en Luz, y en Portimao, que están una a un lado y otra al otro lado, pero nunca habíamos entrado en Lagos. El viaje hasta Lagos, de lo más agradable: temperatura muy suave ya que no llegamos a pasar nunca de los 30 ºC medidos en el interior del carenado, y eso en estas latitudes, a media mañana, no es muy normal. Paramos en Ayamonte a echar gasolina, ya que en Portugal está bastante mas cara que en España, y sin incidencia alguna, en un par de horas largas estabamos en Lagos. Encontramos los apartamentos en un santiamén gracias a la PDA, que esta vez se portó, no como otras veces (recuerdo más de un camino de cabras en mas de una ocasión) y nos instalamos en un momento.
El apartamento era espacioso, con un buen cuarto de baño, un pasillo que haciendo las veces de cocina y comedor
comunicaba la entrada con el cuarto de estar-dormitorio, y una pequeña terraza con una mesita y dos sillas, pero sobre todo con unas vistas al puerto y a la ciudad preciosas.
pero bajar a la playa era de verdad "bajar a la playa", pero como la bajada de Orfeo a los infiernos: una de escalones como para aburrirse
y mis pobres gemelos se resintieron: al segundo día no podía moverme y agradecía cualquier momento para relajarme con las piernas por alto. Me parece que voy a tener que poner en forma algún que otro grupo de músculos que tengo olvidado.
A mi mujer le encanta la playa, y a mi no me gusta tanto; digamos que no me gusta nada, pero por esta vez he tenido que dejarle a ella que la disfrute, aun a costa de mis pobres melanocitos, que se han visto exprimidos como vacas suizas.
Después de una buena sesión de playa nos fuimos a tomar unas cervecitas un par de playas mas allá. En Lagos el sistema de playas es muy curioso: es todo barrancos y acantilados, y de vez en cuando una playita casi desértica, eso sí, con sus escalones para bajar y con sus escalones para subir. Si quieres ir de una playa a la de al lado, lo normal es subir y bajar un montonazo de escalones, aunque algunas veces puedes hacerlo a través de grutas y oquedades que el mar ha excavado en la roca
Todo esto en lo concerniente a las playas que teníamos mas cerca, porque las que están en el mismo Lagos son mucho mas amplias y sin tantas rocas, aunque eso sí, de vez en cuando aparece alguien con ropa poco veraniega a darse un chapuzón. ¡Están locos estos portugueses!, que diría Obelix.
Tenemos muchas cosas que aprender de los portugueses, y entre otras, que ya iré comentando, es que la gente circula por la derecha, aunque haya dos carriles, y, sobre todo, que la cerveza sigue estando a precio normal, no como en España, que se están empezando a pasar. Cualquier día me pongo de huelga y mando las acciones de la Cruzcampo al garete. En el chiringuito de la playa de al lado de la del Pinhao, que no recuerdo cómo se llamaba, nos pusimos morados, y no solo de cerveza
Es más, casi acabamos con la reservas de cerveja da pressao, como dicen allí, de tal forma que hasta mandaron un buque de la Armada Portuguesa por si se trataba de algo mas serio.
Una vez que comprobaron que solo eramos nosotros trasegando después de pasar calor, se fueron sin más.
El pueblo es un bonito pueblo portugués, con sus calles empedradas con esos adoquines pequeños que tanto le gustan a los vecinos,
sus caserones, que una vez fueron casas de gente muy principal y ahora son solo sombra de su pasado, acogiendo comercios en lo que una vez fueron sus salones o sus caballerizas
Pero todo el conjunto de la ciudad es muy amable. Al ser una ciudad marinera, casi toda su vida se vuelca en el puerto, a cuya entrada existe un pequeño fuerte muy del estilo de todos los fuertes portugueses, especialmente esos pequeños torreones sobresalientes en las esquinas.
De vez en cuando te encuentras sorpresas, como esta estatua del Rey D. Sebastiao, que más parece un monumento a algún juguete del tipo de los clicks,
Por cierto, en este pueblo no hay perros ni gatos; se los han comido las gaviotas que campan a sus anchas por todos los tejados y por todas las playas.
Los apartamentos estaban al lado de los Bombeiros Voluntarios a cuya puerta tenían un camión de bomberos como monumento del pasado.
También, junto a los Bombeiros, había un barecito muy agradable, con sus mesitas en la calle, donde se comía muy bien y a muy buen precio. Las cervezas a 80 céntimos el tercio. ¿Tenemos que aprender los españoles o no? Pues eso.
Para ir al Cabo de San Vicente, como suele ser normal, escogimos el día que más viento hacía. De camino, nos pasamos por Sagres e hicimos algunas fotos en su puerto.
Desde Sagres hasta el Cabo de San Vicente todo el litoral es rocoso, con grandes acantilados y pequeñas playas intercaladas, al estilo de Lagos, pero con una mayor altura y severidad de las rocas.
Al fondo, el Cabo de San Vicente, con su faro. No hay más allá en el continente. Este es el autentico cabo de finis terrae, y no el gallego, que, encima, cada vez que vamos está de niebla hasta las orejas y no se ve nada.
Una vez junto al faro, el viento azotaba con una fuerza tremenda, y la BMW pudo comprobar que, en efecto, venía de todas partes.
Tras hacer unas cuantas fotos para recordar estos momentos en el futuro, decidimos que era mejor volver que quedarnos a esperar la puesta de sol mientras el viento hacía con nosotros lo que quería. De todas formas, el sol estaba aún muy alto.
El último día, antes de volver a España, nos levantamos temprano para hacer algunas fotos con la luz del amanecer, fotos que pienso presentar en concurso el año que viene, así que solo pondré aquí las peores, no vaya a ser que me digan que ya están publicadas y me dejen fuera.
Antes de salir, como suelo hacer normalmente, le eché un vistazo por encima a la moto: aceite del motor, que los frenos tengan tacto, luces e intermitentes... Cuando llego a la rueda trasera me encuentro un tramo de rueda con los avisadores de la zona central asomando totalmente, en tanto que la mayor parte de la goma se encontraba en relativo buen estado.
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